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De nuevo, la regla

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Después de tantos años de usar pastillas anticonceptivas sin parar, puedo decir que, francamente, se me había olvidado lo que era la regla.

Se me había olvidado lo que era no saber exactamente en que momento iba a empezar a sangrar, se me había olvidado lo abundante que era el sangrado. Pero, sobre todo, se me había olvidado el dolor. La incomodidad. La verdad, es que ahora que no tomo anticonceptivos hormonales, estoy regresando a lo que era tener trece años y tener que sentarme en una silla de metal helada en el colegio con nada excepto una delgada falda gris y unos shorts de algodón entre esta y mi útero que se exprimía. Estoy recordando lo que era sentir todo el cuerpo hipersensible, sentir la cabeza explotándome y esas ganas constantes de entrar al baño.

La verdad, es que físicamente, me siento fatal.

Pero, emocionalmente, estoy descubriendo de nuevo, como adulta, lo que es habitar un cuerpo femenino. Sí, estoy más sensible que de costumbre, tanto emocionalmente cómo físicamente. Ayer, por ejemplo, un día antes de empezar a menstruar, me puse a llorar en el Transmilenio cuando se montó un viejito a pedir plata. Le di 2,000 pesos, que para mi no son nada despreciables. Pero, ¿que puedo decir? Estaba muy sensible, y cuando me pongo sensible me vuelvo más empática que de costumbre. Y eso, déjenme decirles, no es poco.

Tal vez es el hecho de que por haber crecido con el feminismo de los noventas, crecí con la idea equivocada que ser una mujer fuerte quería decir no mostrar mi femineidad. Jamás admitir que sentía cólico. Nunca llorar en frente a un hombre. Medírmele a todo sin importar que tan pocas ganas tuviera. Esto me ha llevado a ir en contra de mis instintos, y a hacer muchas cosas que la verdad no quería ni pensaba que tuviera que hacer solo para probar que era «macha» o «guerrera».

Sin embargo, ahora pienso que la mejor manera de ser fuerte es confiando en mi misma. Ahora pienso que lo más valiente que puedo hacer en la vida es no esconderme. No mentirle a los demás, pero, sobre todo, no mentirme a mi misma.

Así que ahora vuelvo a ponerme en sintonía con mi cuerpo. Este cuerpo que es el único que tengo, y que es un cuerpo de mujer. Pienso, entonces, que no tengo por qué esconder el dolor y la incomodidad que me viene cada mes con la regla. Eso no quiere decir que vaya a dejar de hacer mi vida como la hago todos los días. Para nada. Quiere decir, simplemente, que no voy a mentirme ni a mi misma ni a los demás sobre el hecho de que, sí, me siento incómoda. Sí, me duele todo el cuerpo. Sí, sigo siendo la misma. No soy menos fuerte ni menos capaz. Pero tampoco voy a sonreír para la comodidad del mundo.

 

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